El hombre necesita tanto una buena conversación como la soledad
Aquí San Francisco de Sales, con su reconocida mente equilibrada, recuerda a quienes viven en el mundo que deben saber convivir primero consigo mismos y luego con los demás. Es decir, debemos cultivar un espíritu de recogimiento y aprender a disfrutar de la soledad. “Non in commotione Dominus” (3 Reyes 19:11). Dios no se encuentra en la agitación.
Habiendo desarrollado este espíritu, sabremos cómo tener buenas conversaciones con los demás, que sean provechosas tanto para nosotros como para nuestros vecinos.
San Francisco de Sales
Buscar conversaciones familiares y evitarlas son dos extremos igualmente censurables en las personas devotas que viven en el mundo, de quienes ahora hablamos. Rehuir toda conversación huele a desdén y desprecio hacia el prójimo; y ser adicto a ellas es señal de pereza y ociosidad.
Debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, y para demostrar que lo amamos no debemos huir de su compañía; y para dar testimonio de que nos amamos a nosotros mismos debemos permanecer con nosotros mismos cuando estamos solos.
"Piensa primero en ti mismo", dice San Bernardo, "y luego en los demás". Si, pues, nada te obliga a salir en compañía ni a recibir compañía en casa, quédate contigo mismo y disfrútalo con tu propio corazón. Pero si la compañía te visita o alguna causa justa te invita a ella, ve en nombre de Dios, Filotea, y ve a tu prójimo con un corazón benévolo y una buena intención.
Llamamos malas conversaciones a las que se mantienen con mala intención o cuando la compañía es viciosa, indiscreta y disoluta; y debemos evitarlas como las abejas evitan a las avispas o los avispones. Pues, como cuando a alguien lo muerden perros rabiosos, su sudor, aliento e incluso su saliva se vuelven contagiosos, especialmente para los niños y las personas de complexión tierna. Así también, las personas viciosas y disolutas no pueden ser visitadas sin el mayor riesgo y peligro, especialmente por aquellos cuya devoción es aún joven y tierna.
Hay algunas conversaciones improductivas que se mantienen solo para recrearnos y distraernos de nuestras ocupaciones serias, a las que no debemos apegarnos demasiado, aunque debemos permitirles ocupar el tiempo libre destinado a la recreación. ...
En todas las conversaciones, deben preservarse la sinceridad, la sencillez, la mansedumbre y la modestia. Hay personas que no hacen ningún gesto ni movimiento sin tanta afectación como para perturbar a la compañía. Y así como quien no puede caminar sin contar sus pasos o hablar sin cantar sería molesto para el resto de la humanidad, quienes se comportan de forma artificial y no hacen nada sin afectación son muy desagradables en la conversación, pues en tales personas siempre hay algún tipo de presunción.
Que una alegría moderada predomine habitualmente en nuestra conversación. San Romualdo y San Antonio son muy elogiados porque, a pesar de todas sus austeridades, siempre tenían su rostro y su discurso adornados de alegría y cortesía. Regocijaos con los que se regocijan. (Rom. 12:13) Y de nuevo os digo, con el Apóstol: Regocijaos siempre, pero en el Señor. Que vuestra modestia sea conocida por todos los hombres. (Fil. 4:4) ...
Pero, además de esa soledad mental a la que puedes retirarte, incluso en medio de la conversación más intensa, como he observado hasta ahora, también debes amar la soledad local y real: no que te vayas al desierto, como hicieron Santa María de Egipto, San Pablo, San Antonio, San Arsenio y los demás antiguos solitarios; sino que permanezcas un tiempo a solas en tu habitación o jardín, o en algún otro lugar, donde puedas, con tranquilidad, retirar tu espíritu a tu corazón y recrear tu alma con meditaciones piadosas, pensamientos santos o lecturas espirituales.
San Gregorio Nacianceno, hablando de sí mismo, dice: «Paseaba solo al atardecer y pasaba el tiempo a la orilla del mar; pues suelo usar esta recreación para refrescarme y despejarme un poco de mis preocupaciones habituales». Y luego relata las piadosas reflexiones que hizo, que ya he mencionado.
San Agustín relata que, entrando con frecuencia en la habitación de San Ambrosio, quien nunca negaba la entrada a nadie, lo encontraba leyendo, y que, tras permanecer un rato, por temor a interrumpirlo, se marchaba sin decir palabra, pensando que el poco tiempo que le quedaba a este gran pastor para reponerse, tras la prisa de sus diversos asuntos, no debía serle arrebatado.
Y cuando un día los Apóstoles contaron a Nuestro Señor cómo habían predicado y cuánto habían hecho, Él les dijo: «Venid aparte a un lugar desierto y descansad un poco». (Mc 6,13).
Estén atentos, pues, hermanos míos, y cuídense de hablar con inmodestia, más que de la muerte.
Introducción a la Vida Devota, Cap. XXIV, De la Conversación y la Soledad
Publicado el 17 de mayo de 2025



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