Mejor morir que decir obscenidades
En el último de nuestra serie, tomado de un poderoso sermón de San Alfonso (Primera parte y Segunda parte), el Santo no escatima palabras para condenar a quienes profieren obscenidades, incluso en broma. Al decir esas palabras inmodestas, advierte, infligen a su propia alma –y a las de los demás– una herida mortal e incurable.
Que los católicos de hoy –acostumbrados a la moral laxa del Vaticano II– presten atención a su caritativa advertencia y se corrijan mientras hay tiempo.
San Alfonso María de Ligorio
Estad atentos, hermanos míos, y guardaos de hablar indecentemente, más que de la muerte.
Escuchad el consejo del Espíritu Santo: Pon una balanza a tus palabras y un freno justo a tu boca; y ten cuidado de que no resbales con tu lengua, y tu caída sea incurable hasta la muerte. (Ecl. 28: 29-30)
Pon una balanza, es decir, debes pesar tus palabras antes de pronunciarlas, y un freno a tu boca, es decir, cuando las palabras indecentes vienen a la lengua, debes reprimirlas. De lo contrario, al pronunciarlas, infligirás a tu propia alma - y a las almas de los demás - una herida mortal e incurable.
Dios te ha dado la lengua no para ofenderlo, sino para alabarlo y bendecirlo. «Porque, dice San Pablo, ni siquiera se nombre entre vosotros fornicación y toda inmundicia, como conviene a santos» (Efesios 5:3). Prestad atención a las palabras «toda inmundicia». No sólo debemos abstenernos de lenguaje obsceno y de toda palabra de doble sentido dicha en broma, sino también de toda palabra impropia que no sea propia de un santo, es decir, de un católico.
Es necesario observar que las palabras de doble sentido a veces hacen más mal que la obscenidad abierta, porque el arte con que se dicen producen una impresión más profunda en la mente.
Reflexionad, dice San Agustín, «que vuestras bocas son las bocas de los católicos, en las que Jesucristo entró tantas veces en la Sagrada Comunión». Por lo tanto, debéis tener horror a pronunciar todas las palabras impuras, que son un veneno diabólico.
“Mirad, hermanos”, nos advierte, “si es justo y conveniente que, de la boca de los católicos, por donde entra el cuerpo de Cristo, salga un canto inmodesto, como veneno diabólico” (Serm. xv., de Temp).
San Pablo dice que el lenguaje de un católico debe estar siempre sazonada con sal: “Que vuestra palabra sea siempre con gracia, sazonada con sal” (Col 5, 6). Nuestra conversación debe estar sazonada con palabras calculadas para excitar a los demás a no ofender, sino a amar a Dios.
“¡Feliz la lengua”, dice San Bernardo, “que sólo sabe hablar de cosas santas!” ¡Feliz la lengua que sólo sabe hablar de Dios! Oh hermanos, tened cuidado no sólo de absteneros de todo lenguaje obsceno, sino de evitar, como si fuera una plaga, a los que hablan inmodestamente.
Cuando oigas a alguien que empieza a pronunciar palabras obscenas, sigue el consejo del Espíritu Santo: Cercá tus oídos con espinas; no escuches la lengua perversa. (Ecl 28:28) Cercá tus oídos con espinas – es decir, reprende con celo al hombre que habla obscenamente. Por lo menos, vuelve tu rostro y demuestra que odias ese lenguaje. No nos avergoncemos de parecer seguidores de Jesucristo a menos que queramos que Jesucristo se avergüence de llevarnos con Él al Paraíso.
Los Sermones de San Alfonso María de Ligorio Para todos los domingos del año, TAN Books, 1982, Sermon XL, pp 304-305.
Publicado el 21 de diciembre de 2024
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