Simbolismo
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El simbolismo del Cordero y el León

El cordero se veía a menudo en las primeras basílicas; más tarde, sosteniendo un estandarte con la cruz.
Más tarde, el Cordero de Dios sostendría una cruz con un estandarte, algo más común en nuestros días. Como bien sabemos, el Cordero es Cristo, quien derramó su sangre en el Calvario y, de forma incruenta, renueva su sacrificio diariamente en el altar.
Sin este Cordero sacrificial, el hombre no podría entrar en el Cielo ni en la felicidad eterna. Desde el principio del mundo, Abel atrajo sobre sí la misericordia de Dios al ofrecer en su altar el cordero más hermoso de su rebaño; entonces, el propio Abel se convirtió en prefigura del Cordero Divino al ser cruelmente inmolado por su hermano.
Han existido otros tipos del futuro Cordero: Abraham, quien estaba dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac en un altar a Dios, pero Dios, complacido con su obediencia, aceptó un carnero en lugar del joven. También estuvo Moisés, a quien Dios le habló y le reveló la cena pascual: un cordero sin defecto que debía ser inmolado, su sangre rociada como protección contra el Ángel Destructor y su carne consumida antes de la huida de Egipto. Cada año, los judíos observaban este ritual y representaba el tipo del futuro Cordero que sería el Mesías.
En la época de los Profetas, Isaías hizo este ferviente llamamiento por el Mesías tan esperado: “¡Envía, Señor, el Cordero, gobernante de la tierra!”

Un manuscrito medieval que representa a Juan el Bautista
con el «Cordero de Dios».
Con estas palabras el Precursor proclamó la nueva Pascua, pues anunciaba la llegada del verdadero Cordero de Dios que el mundo había esperado cuatro mil años. El Cordero era más hermoso que el ofrecido por Abel, más rico en misterio que el inmolado por Abraham y más inmaculado que el antiguo cordero pascual que se sacrificaba cada año.
El derramamiento de esta Sangre redentora era necesario para nuestra Pascua. Si no hubiéramos sido marcados por ella, no habríamos escapado de la espada del Ángel Destructor. Nos ha hecho partícipes de la pureza de Dios que tan generosamente la derramó por nosotros. Los candidatos al bautismo, el Sábado Santo, han resucitado más blancos que la nieve de la fuente donde se mezcló esa Sangre. Los pobres pecadores que habían perdido la inocencia recibida en su Bautismo han recuperado su tesoro, blanqueado en la Sangre del Cordero. (Cf. Ap. 7,14)
En efecto, en esta nueva Pascua, todos estamos invitados a un gran banquete, donde encontramos a nuestro Cordero. Él mismo es el alimento de los felices comensales. El gran apóstol san Andrés, al confesar el nombre de Cristo ante el procónsul pagano Egeas, pronunció estas sublimes palabras: «Ofrezco cada día sobre el altar el Cordero inmaculado, de cuya Carne come toda la multitud de los fieles; el Cordero inmolado permanece entero y vivo».
Un cordero y también un león
Pero el misterio del Cordero no termina aquí. Isaías rogó a Dios que “envíe el Cordero” que habría de ser el “gobernante de la tierra”. El Cordero viene, por tanto, no solo para ser sacrificado, no solo para alimentarnos con su carne sagrada, sino también para dominar el corazón y ser Rey.

El libro “sellado con siete sellos” sobre un altar siendo abierto por el Cordero y el León de Judá
Pero, si Él es el León, ¿cómo es el Cordero? Entremos en el misterio. Por amor al hombre, que necesitaba redención y un alimento celestial que lo vigorizara, Jesucristo se dignó ser como un cordero. Pero, además, tenía que triunfar sobre los suyos y sobre los nuestros. Tenía que reinar, pues le fue dado todo el poder en el Cielo y en la Tierra (Mt 28,18). En su triunfo y poder, Él es un león. Nada puede resistirse a Él. Su victoria se celebra en este día de Pascua en todo el mundo.
Escuchen al gran diácono de Edesa, San Efrén: “A la duodécima hora, fue bajado de la cruz como un león dormido”.
“Sí, en verdad, nuestro León durmió, pues su descanso en el sepulcro se parecía más al sueño que a la muerte”, como señala San León.
¿No fue este el cumplimiento de la profecía de Jacob antes de morir? Hablando del Mesías que nacería de su raza, este patriarca dijo: "Judá es un cachorro de león. ¡A la presa, hijo mío, has subido! Descansando te has acostado como un león. ¿Quién lo despertará?"
Él se ha despertado por su propio poder. Ha resucitado, cordero por nosotros, león por sus enemigos, uniendo así en su Persona la dulzura y el poder.
Esto completa el misterio de nuestra Pascua: un Cordero triunfante, obedecido, adorado. Rindámosle el homenaje que tan justamente le corresponde. Entonces, con los millones de Ángeles y los veinticuatro Ancianos en el Cielo, repitamos en la tierra el himno que siempre cantan: “El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, la divinidad, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la bendición.” (Apoc 5:12).

Cristo: el Cordero pero también el León de Judá
Adaptado de
El Año Litúrgico de Dom Gueranger, vol. 7, Lunes de Pascua
Publicado el 5 de mayo de 2025
El Año Litúrgico de Dom Gueranger, vol. 7, Lunes de Pascua
Publicado el 5 de mayo de 2025

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