Devociones Especiales
Adveniat Regnum Tuum
Ya en 1938, el profesor Plinio preveía los tiempos que estamos viviendo: la explosión del comunismo que termina en el satanismo, la necesidad de que los religiosos permanezcan fieles a su vocación plena o un retraso en el fin de la Revolución, una crisis en la Iglesia que no estaba bien ni siquiera entonces. También llamaba a los laicos a luchar por la Santa Madre Iglesia y a rezar "Adveniat regnum tuum".
Ya entonces nos aconsejaba que nos dirijéramos en oración en Navidad a Nuestra Señora, que dará la solución a este caos interviniendo en la Historia como lo hizo en tiempos romanos, cuando los problemas -como hoy- eran irresolubles. Entonces fue Ella quien, sin que el mundo lo supiera, trajo a la luz al Salvador para salvar a una humanidad corrupta. Hoy Ella actuará nuevamente e intervendrá en la Historia para acabar con la Revolución y reinstaurar en la tierra el Reino de su Hijo, el Reino de Jesús en María, con María y por María, anunciado en Fátima y Quito.
Ya entonces nos aconsejaba que nos dirijéramos en oración en Navidad a Nuestra Señora, que dará la solución a este caos interviniendo en la Historia como lo hizo en tiempos romanos, cuando los problemas -como hoy- eran irresolubles. Entonces fue Ella quien, sin que el mundo lo supiera, trajo a la luz al Salvador para salvar a una humanidad corrupta. Hoy Ella actuará nuevamente e intervendrá en la Historia para acabar con la Revolución y reinstaurar en la tierra el Reino de su Hijo, el Reino de Jesús en María, con María y por María, anunciado en Fátima y Quito.
Un sursum corda universal en Navidad
Nuestra época es un valle oscuro entre dos puntos extremos: la civilización del pasado, de la que hemos caído a través de sucesivas catástrofes que comenzaron con la pseudorreforma y culminaron en los totalitarismos de derecha e izquierda, y la civilización del futuro, hacia la que caminamos a través de grandes luchas y desilusiones que llenan nuestro camino de cruces a cada momento.
Por esto mismo, porque vivimos los últimos minutos de un mundo que expira y ya podemos ver los signos precursores de otro mundo que está naciendo, la lección de Navidad tiene para nosotros un significado profundo, sobre el que hoy debemos meditar.
En un artículo reciente, presentamos un resumen de las aspiraciones que la humanidad precristiana alimentaba con respecto a la venida de un Salvador. El Pueblo Elegido esperaba esta salvación a través de un Mesías, nacido del tronco de David, conforme a la auténtica e irrefutable promesa divina.
Todos los demás pueblos de la tierra, aunque no habían recibido los mensajes divinos a través de los Profetas, conservaban un recuerdo de la promesa de un Salvador, hecha por Dios a Adán y Eva cuando salieron del Paraíso. Por eso mantenían también, a veces más y a veces menos distorsionada, la tradicional esperanza de que un Salvador vendría a regenerar a la humanidad doliente y pecadora. Esta esperanza había alcanzado su culmen en el momento en que Nuestro Señor vino al mundo. Como afirma un famoso historiador, toda la humanidad de aquella época se sentía vieja y agotada. Las fórmulas políticas y sociales entonces en uso ya no respondían a los deseos de los hombres de entonces y a su manera de ver las cosas. Un inmenso deseo de reforma sacudió a muchos pueblos.
La solución a la crisis del mundo no vino de un César poderoso ni de los aristócratas festejantes, ni de los conspiradores, sino de las oraciones de una Virgen
En todos los países, el contraste entre riqueza y pobreza era patente. Por una parte, los hombres extremadamente ricos vivían en la opulencia y el lujo desordenado. Por otra parte, una multitud de hombres sin trabajo infestaba muchos barrios de las grandes ciudades de la época. Finalmente, como telón de fondo oscuro, millones y millones de esclavos, encadenados en las bodegas de los barcos o enjaezados como animales a carros o atados como animales al arado, gemían bajo el guante de una opresión que parecía no tener fin.
Una inmensa corrupción de las costumbres se extendía por todo el territorio del Imperio y arruinaba todas las instituciones políticas. Los escándalos se multiplicaban en las filas de la más alta aristocracia y se extendían desde allí a todos los niveles de la sociedad. Augusto intentó en vano responder a la decadencia creciente. Sus leyes reaccionarias no surtieron efecto. Incluso en el seno de su propia familia se multiplicaban las aberraciones más monstruosas. Y todos sentían que una inmensa crisis amenazaba con la ruina inevitable de la sociedad.
Fue en ese ambiente, en el que los estadistas y los moralistas de la época discutían gravemente los múltiples e insolubles problemas, que, en un pesebre de Belén, en medio de una noche profunda, amaneció para el mundo la salvación. Es posible que, en el momento exacto en que nació el Salvador, el orgulloso emperador romano se encontrara en su palacio, sumido en las amargas reflexiones que le hacían pensar en el fracaso de su política moralizadora. Es posible que, a poca distancia del palacio imperial, se estuviera desarrollando hasta bien entrada la noche una de esas orgías desenfrenadas que eran el tema obligado de los "potims" de la época.
Ni uno ni otro, ni el genial emperador ni los sibaritas que arruinaban la sociedad, tenían idea alguna de lo que estaba sucediendo en ese momento en Belén. Sin embargo, no fue en el palacio imperial, ni en las orgías aristocráticas, ni en las reuniones de los conspiradores donde se decidió el destino del mundo.
La sociedad del futuro, que surgiría de la solución perfecta y completa de estos problemas cruciales y vitales del tiempo, nació en Belén, y fue de las manos virginales de María que el mundo recibió al Mesías que redimiría a la humanidad con su Sangre y la reorganizaría con su Evangelio.
¿Cuál es la principal lección que debemos aprender de esto?
La respuesta no vendrá de los salones de baile de los años 30 ni de los sacerdotes actuales bailando para María con "monjas" entusiasmadas.
Es posible que, imitando inconscientemente la vigilia de Nochebuena de Augusto, muchos Césares modernos (¡qué diferencia de extensión entre el César auténtico y sus facsímiles contemporáneos!) estén pasando la Nochebuena encorvados sobre una mesa de trabajo, ideando maneras de sacar a su sufriente patria del atolladero de la crisis contemporánea, indiferentes a la piedad de las masas que rezan en las iglesias.
También es posible que en esa misma noche, las orgías desenfrenadas de muchos palacios (ya no los palacios de la aristocracia como en la antigua Roma, sino los suntuosos "salones de baile" actuales que el mundo moderno erige en honor de su propia corrupción) rompan el silencio de la noche con el sonido de la música profana de Nochevieja. Y tal vez muchos conspiradores estén tramando la revolución y la guerra en el silencio de la noche mientras el pueblo celebra el nacimiento del Príncipe de la Paz.
A pesar de todo esto, no es de los nuevos Césares, ni de los conspiradores de nuestros días, y mucho menos de la sociedad que se corrompe por los "salones de baile" de donde vendrá nuestra salvación. Si somos católicos, debemos esperar la salvación exclusivamente de quienes representan a Cristo hoy en la tierra. Es a Pío XI a quien debemos dirigir nuestros ojos, y sólo a él en este mundo.
Pero hay otra reflexión de la mayor utilidad. Todos los teólogos coinciden en afirmar que si la salvación irrumpió en el mundo en el momento en que lo hizo, se lo debemos a las oraciones omnipotentes de María Santísima, que fue quien hizo surgir el día del nacimiento del Mesías. Nadie puede decir cuántos años o siglos hubiera tardado la Redención sin las oraciones de la Virgen María.
En tiempos de Augusto no fueron quienes se manifestaron en las plazas públicas o en los concilios políticos para lograr la reorganización del mundo quienes obraron esa reorganización, sino la oración humilde y confiada de la Virgen María, completamente ignorada por sus contemporáneos y que vivió una vida contemplativa y solitaria en el pequeño rincón donde la Providencia la hizo nacer.
Sin desmerecer en lo más mínimo la vida activa, es importante señalar que fue a través de la oración y la contemplación como se adelantó el momento de la Redención. Y que los beneficios que el genio de Augusto, así como las tácticas de todos los grandes políticos, generales, financieros y administradores de su tiempo, no pudieron dar al mundo, Dios los dispensó a través de María Santísima. El que más benefició al mundo no fue el que más estudió ni el que más actuó, sino el que más y mejor supo orar.
Si el mundo contemporáneo quiere salir del caos en que se encuentra, debe dirigirse primero a la Iglesia.
Esta breve meditación navideña termina con una lección suave y austera. En el plano humano, la anticipación o el retraso de la restauración del Reino social de Nuestro Señor Jesucristo puede depender sobre todo de los combatientes de la Acción Católica y de las almas elegidas que Dios ha llamado al estado sacerdotal o religioso para vivir la vida de acción o la vida de oración.
Conscientes de la grandeza de esta misión, lo que nosotros, los laicos que luchamos por la Iglesia, debemos hacer es rezar ante el pesebre del Niño Jesús: "Domine, adveniat regnum tuum".
"Señor, venga a nosotros tu Reino". Que podamos realizarlo en nuestro interior, para que más tarde, con tu ayuda, podamos realizarlo también a nuestro alrededor.
Publicado el 30 de diciembre de 2024