Acerca de la Iglesia
La Santa Misa & Panoramas R-CR – I
Cristo Renueva su Sacrificio en Cada Misa
Se me ha pedido que hable sobre el valor y la importancia de la Santa Misa y ofrezca mi consideración sobre el tema. Hago esto con mucho gusto, porque es un tema siempre actual y siempre fundamental.
Para tener una idea de los extraordinarios planes y designios de Dios, basta con abrir una ventana y mirar hacia afuera. Todo en el mundo natural nos da una idea de la grandeza de Dios. Esto es suficiente para que tengamos una idea de quién es Dios.
Pero, en un orden de cosas más elevado, Dios se nos manifiesta de una manera más magnífica. Consideremos el Santo Sacrificio de la Misa. Siendo Nuestro Señor Jesucristo el Dios-Hombre, cualquier derramamiento de Su Sangre tiene un valor infinito, literalmente, pues una sola gota de Su Sangre podría redimir al género humano. Una simple gota de la Sangre que Él derramó en la circuncisión hubiera bastado para redimir a la humanidad.
O, por ejemplo, en un pequeño "accidente" en la Santa Casa de Loreto -con "accidente" entre comillas porque con el Dios omnisciente y omnipotente no hay accidente- pudo haberse pinchado la punta del dedo con algo así como un clavo cuando aún era un Niño. Una gota de Su Sangre pudo haber brotado y con ella pudo haber obrado la redención de la humanidad.
¡Todos los Ángeles del Cielo adorarían esa gota de Sangre! Ofrecería esta Sangre al Padre Eterno. Nuestra Señora y San José, paralizados por la emoción, estarían allí. ¡Nuestra Señora ciertamente habría recogido esta gota de Sangre en algún tejido muy precioso proporcionado providencialmente en su pobreza, y sobre esa gota de Sangre se construiría la catedral más grande del mundo!
Peregrinos de todo el mundo vendrían a adorar aquella gota de Sangre derramada por el Niño Jesús. El género humano fue redimido, el Cielo se abrió a los hombres, Él pudo dar la orden para que salieran las almas de los justos que estaban en el Limbo. Luego, después de pasar algún tiempo con los hombres en la tierra, ascendería al Cielo en un gozo indecible, acompañado de todos los justos y muertos que habían muerto en justicia hasta entonces.
Ciertamente entre ellos y en primer lugar estaría el glorioso Patriarca San José, entre Adán y Eva, los padres del género humano, que como sabéis son canonizados por la Iglesia y están en el Cielo a pesar de su transgresión que tanto perturbó a nuestra tranquilidad.
Nuestro Señor podría haber redimido a la humanidad de esta manera, pero eligió no hacerlo. Él deseaba pasar por toda aquella Pasión indecible que todos conocemos. Y es literalmente indescriptible, es decir, no puede describirse adecuadamente, no hay descripción que pueda dar una idea exacta de cuánto dolor sufrió tanto en el Alma como en el Cuerpo antes de que finalmente exhalara Su último aliento.
Luego, después de haber expirado, aún quiso derramar ese último chorro, esa mezcla de agua y sangre que estaba en Su Sagrado Corazón y de este flanco abierto nació la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
Esta consideración nos muestra que Nuestro Señor Jesucristo podría haber hecho las cosas de una manera mucho más sencilla; sin embargo, por un diseño y una perfección muy diferentes del espíritu moderno, quiso que el río tomara un largo y difícil giro para llegar al final.
El Descenso de Nuestro Señor de la Cruz
Así pues, Nuestro Señor Jesucristo expira y es bajado de la Cruz. Las blasfemias cesan, el populacho se dispersa y comienza la adoración. Es una adoración pública porque desde el tiempo en que Nuestra Señora estuvo al pie de la Cruz, la adoración por Él como Redentor nunca cesó ni un instante. La suya fue/es una adoración de tal perfección que la adoración de todos los hombres y de todos los Ángeles, desde el principio de la Tierra hasta el Día del Juicio, no puede compararse con la adoración de Nuestra Señora al pie de la Cruz.
Esta adoración pública fue exteriorizada por actos: Nuestro Señor fue colocado en Su regazo, luego ella comenzó a preparar Su Cuerpo según los rituales judíos, su Cuerpo fue ungido con perfumes preciosos donde había llagas abiertas - ¡y Él fue cubierto de llagas! – y luego fue transportado en soledad y oscuridad al lugar del Sepulcro, donde permaneció tres días y tres noches.
Pero, todo tiene un final... todo excepto Dios. Por eso, pasado un tiempo, el último rayo de luz que había penetrado en el sepulcro, una antorcha quizás llevada a cabo por José de Arimatea, Nicodemo o la virgen Apóstol, se fue. Dentro de la tumba todo estaba empapado en una profunda oscuridad...
En cierto momento, después de que la luz había desaparecido por mucho tiempo y, por lo tanto, era muy poco probable que volviera a aparecer, una tremenda luz inundó el Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo. ¿De dónde vino esta luz? ¿Alguien quitó la piedra? ¡Pero qué piedra más grande, imposible de mover! No, era una luz que viene de Dios, ante quien las piedras, las rocas, las montañas y las distancias son nada.
Es su alma santísima, que estuvo hipostáticamente unida a su cuerpo durante todo este tiempo desde su muerte hasta su resurrección. Era su alma santísima que había estado en lugares que no conocemos y había hecho cosas buenas que sólo conoceremos en el Día del Juicio, cuando todas las cosas se conocerán gloriosamente. Me parece imposible que no sientas lo que yo estoy sintiendo ahora – una gran curiosidad por saber estas cosas...
Una cosa es segura, estaba en el limbo. Para regocijo inefable de todas las almas que allí estaban, les puso al corriente de todo lo acontecido, les explicó la Historia del Mundo como era, como no era, etc. Por supuesto que estas almas en el Limbo ya sabía que Él era el Dios-Hombre. San José ya les había dicho esto y más... La noticia de San José en el Limbo debió ser extraordinaria.
Entonces, finalmente llegó ese cierto momento en que Jesucristo mismo vino y les dijo cosas que San José no sabía. Podéis imaginaros la alegría y la celebración de Su entrada en el Limbo y Su actitud hacia todas aquellas almas que habían muerto con perfecta contrición y que ahora Le recibían allí.
Del Limbo volvió al Sepulcro. Y así tenemos ese brillante rayo de luz...
El Sacrificio del Calvario se perpetúa con la Santa Misa
Terminó el Sacrificio, terminó el sufrimiento, terminó también la Cruz. ¡Qué ilusión! Dios no hace nada de esta forma moderna simplificada. Las cosas de Dios tienen giros colosales y giros encantadores, giros magníficos, porque Dios es demasiado glorioso y elevado para ser tan simplista. En Su gloriosa sencillez, Él reúne en Sí mismo todas las perfecciones, incluso las perfecciones que nuestro limitado intelecto no puede comenzar a concebir, y en Él se unen en perfecta armonía.
Y sucede que, por Su designio, el Sacrificio de la Cruz no terminó. ¿Por qué? Ese Sacrificio había terminado históricamente. Pero, cuando instituyó la Santa Misa, dio a los Apóstoles, es decir, a los Obispos y a los sacerdotes que estos Obispos ordenan, el poder de renovar el Santo Sacrificio de la Cruz de manera incruenta en la Santa Misa. La Misa es la renovación del Sacrificio sin derramamiento de Su Sangre.
Y con la expansión de la Iglesia Católica en todo el mundo y el crecimiento en el número de sacerdotes –desgraciadamente un aumento mucho menor de lo que sería de desear– todavía se dicen tantas Misas que no hay un momento en que no se celebre una Misa. en algún lugar de la faz de la tierra.
Por eso, ininterrumpidamente, Nuestro Señor está en el seno de la Santísima Trinidad, en el esplendor de la mayor gloria, volviendo a ofrecer Su Pasión y Muerte al Padre Eterno ya la Santísima Trinidad.
Para este fin tiene al sacerdote que celebra la Misa y que le sirve de ministro en este sentido: La esencia de la Misa, el acto en el que por excelencia se renueva el Sacrificio de la Cruz, es la Acto de Consagración. La doctrina católica enseña que cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración, en realidad presta su voz a Nuestro Señor Jesucristo: El que habla es Jesucristo. Tan íntima es su unión con Nuestro Señor Jesucristo que cuando el sacerdote habla, el mismo Hombre-Dios habla por sus labios.
Continuará...
Una sola gota de sangre derramada por Nuestro Señor en la Circuncisión o en algún ‘accidente’ menor en la Santa Casa, podría haber bastado para redimir a la humanidad
Pero, en un orden de cosas más elevado, Dios se nos manifiesta de una manera más magnífica. Consideremos el Santo Sacrificio de la Misa. Siendo Nuestro Señor Jesucristo el Dios-Hombre, cualquier derramamiento de Su Sangre tiene un valor infinito, literalmente, pues una sola gota de Su Sangre podría redimir al género humano. Una simple gota de la Sangre que Él derramó en la circuncisión hubiera bastado para redimir a la humanidad.
O, por ejemplo, en un pequeño "accidente" en la Santa Casa de Loreto -con "accidente" entre comillas porque con el Dios omnisciente y omnipotente no hay accidente- pudo haberse pinchado la punta del dedo con algo así como un clavo cuando aún era un Niño. Una gota de Su Sangre pudo haber brotado y con ella pudo haber obrado la redención de la humanidad.
¡Todos los Ángeles del Cielo adorarían esa gota de Sangre! Ofrecería esta Sangre al Padre Eterno. Nuestra Señora y San José, paralizados por la emoción, estarían allí. ¡Nuestra Señora ciertamente habría recogido esta gota de Sangre en algún tejido muy precioso proporcionado providencialmente en su pobreza, y sobre esa gota de Sangre se construiría la catedral más grande del mundo!
Peregrinos de todo el mundo vendrían a adorar aquella gota de Sangre derramada por el Niño Jesús. El género humano fue redimido, el Cielo se abrió a los hombres, Él pudo dar la orden para que salieran las almas de los justos que estaban en el Limbo. Luego, después de pasar algún tiempo con los hombres en la tierra, ascendería al Cielo en un gozo indecible, acompañado de todos los justos y muertos que habían muerto en justicia hasta entonces.
Cristo deseó sufrir y dar la última gota de Su Preciosa Sangre como ejemplo para la humanidad
Nuestro Señor podría haber redimido a la humanidad de esta manera, pero eligió no hacerlo. Él deseaba pasar por toda aquella Pasión indecible que todos conocemos. Y es literalmente indescriptible, es decir, no puede describirse adecuadamente, no hay descripción que pueda dar una idea exacta de cuánto dolor sufrió tanto en el Alma como en el Cuerpo antes de que finalmente exhalara Su último aliento.
Luego, después de haber expirado, aún quiso derramar ese último chorro, esa mezcla de agua y sangre que estaba en Su Sagrado Corazón y de este flanco abierto nació la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
Esta consideración nos muestra que Nuestro Señor Jesucristo podría haber hecho las cosas de una manera mucho más sencilla; sin embargo, por un diseño y una perfección muy diferentes del espíritu moderno, quiso que el río tomara un largo y difícil giro para llegar al final.
El Descenso de Nuestro Señor de la Cruz
Así pues, Nuestro Señor Jesucristo expira y es bajado de la Cruz. Las blasfemias cesan, el populacho se dispersa y comienza la adoración. Es una adoración pública porque desde el tiempo en que Nuestra Señora estuvo al pie de la Cruz, la adoración por Él como Redentor nunca cesó ni un instante. La suya fue/es una adoración de tal perfección que la adoración de todos los hombres y de todos los Ángeles, desde el principio de la Tierra hasta el Día del Juicio, no puede compararse con la adoración de Nuestra Señora al pie de la Cruz.
Nuestra Señora dio la perfecta adoración pública de Cristo después de Su muerte.
Pero, todo tiene un final... todo excepto Dios. Por eso, pasado un tiempo, el último rayo de luz que había penetrado en el sepulcro, una antorcha quizás llevada a cabo por José de Arimatea, Nicodemo o la virgen Apóstol, se fue. Dentro de la tumba todo estaba empapado en una profunda oscuridad...
En cierto momento, después de que la luz había desaparecido por mucho tiempo y, por lo tanto, era muy poco probable que volviera a aparecer, una tremenda luz inundó el Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo. ¿De dónde vino esta luz? ¿Alguien quitó la piedra? ¡Pero qué piedra más grande, imposible de mover! No, era una luz que viene de Dios, ante quien las piedras, las rocas, las montañas y las distancias son nada.
Es su alma santísima, que estuvo hipostáticamente unida a su cuerpo durante todo este tiempo desde su muerte hasta su resurrección. Era su alma santísima que había estado en lugares que no conocemos y había hecho cosas buenas que sólo conoceremos en el Día del Juicio, cuando todas las cosas se conocerán gloriosamente. Me parece imposible que no sientas lo que yo estoy sintiendo ahora – una gran curiosidad por saber estas cosas...
Cristo descendió al Limbo para liberar a las almas que esperaban
Entonces, finalmente llegó ese cierto momento en que Jesucristo mismo vino y les dijo cosas que San José no sabía. Podéis imaginaros la alegría y la celebración de Su entrada en el Limbo y Su actitud hacia todas aquellas almas que habían muerto con perfecta contrición y que ahora Le recibían allí.
Del Limbo volvió al Sepulcro. Y así tenemos ese brillante rayo de luz...
El Sacrificio del Calvario se perpetúa con la Santa Misa
Terminó el Sacrificio, terminó el sufrimiento, terminó también la Cruz. ¡Qué ilusión! Dios no hace nada de esta forma moderna simplificada. Las cosas de Dios tienen giros colosales y giros encantadores, giros magníficos, porque Dios es demasiado glorioso y elevado para ser tan simplista. En Su gloriosa sencillez, Él reúne en Sí mismo todas las perfecciones, incluso las perfecciones que nuestro limitado intelecto no puede comenzar a concebir, y en Él se unen en perfecta armonía.
Cristo mismo habla por el sacerdote
las palabras de la Consagración
Y con la expansión de la Iglesia Católica en todo el mundo y el crecimiento en el número de sacerdotes –desgraciadamente un aumento mucho menor de lo que sería de desear– todavía se dicen tantas Misas que no hay un momento en que no se celebre una Misa. en algún lugar de la faz de la tierra.
Por eso, ininterrumpidamente, Nuestro Señor está en el seno de la Santísima Trinidad, en el esplendor de la mayor gloria, volviendo a ofrecer Su Pasión y Muerte al Padre Eterno ya la Santísima Trinidad.
Para este fin tiene al sacerdote que celebra la Misa y que le sirve de ministro en este sentido: La esencia de la Misa, el acto en el que por excelencia se renueva el Sacrificio de la Cruz, es la Acto de Consagración. La doctrina católica enseña que cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración, en realidad presta su voz a Nuestro Señor Jesucristo: El que habla es Jesucristo. Tan íntima es su unión con Nuestro Señor Jesucristo que cuando el sacerdote habla, el mismo Hombre-Dios habla por sus labios.
Continuará...
Publicado el 23 de febrero de 2023