Verdades olvidadas
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La continencia es la gran palanca
de la sociedad humana

Después de elogiar la virginidad resplandeciente que abrazó santa Cecilia en la época de la Iglesia primitiva, Dom Guéranger recuerda a los fieles que la continencia debe practicarse en todos los estados de vida de los católicos.

La continencia no solo revela al hombre el secreto de su dignidad y eleva todo su ser, sino que es la gran palanca de la sociedad humana. Cuando el amor por él se extingue, la civilización decae. Su renovación y restauración es esencial para una sociedad católica sólida.


Dom Prosper Guéranger


Pero no debemos pensar que la fiesta de hoy (22 de noviembre) está destinada a suscitar en nosotros una mera admiración teórica e infructuosa por santa Cecilia. La Iglesia reconoce y honra en Santa Cecilia tres características que, unidas, la distinguen entre las Bienaventuradas en el Cielo, y son fuente de gracia y ejemplo para los hombres.

Estas tres características son la virginidad, el celo apostólico y el coraje sobrehumano que le permitió soportar el martirio y la muerte. Tal es la triple enseñanza que transmite esta única vida cristiana.

En una época tan ciegamente abandonada como la nuestra al culto de los sentidos, ¿no es hora de protestar, con las fuertes lecciones de nuestra fe, contra una fascinación que incluso los hijos elegidos apenas pueden resistir? Nunca, desde la caída del Imperio Romano, las costumbres morales, y con ellas la familia y la sociedad, habían estado tan seriamente amenazadas.

Durante largos años, la literatura, las artes, las comodidades de la vida, han tenido un solo objetivo: proponer el disfrute físico como único fin del destino del hombre. La sociedad ya cuenta con una inmensa cantidad de miembros que viven enteramente una vida de los sentidos...

Sí, la familia misma, especialmente la familia, está amenazada. Es hora de pensar en defenderse del reconocimiento legal, o más bien del estímulo, del divorcio. Puede hacerlo por un solo medio: reformándose y regenerándose según la ley de Dios, y volviéndose una vez más seria y cristiana. Que el matrimonio, con sus castas consecuencias, sea honrado. Que deje de ser una diversión o una especulación. Que la paternidad y la maternidad ya no sean un cálculo, sino un deber austero: y pronto, a través de la familia, la ciudad y la nación recuperarán su dignidad y su vigor.

Pero el matrimonio no puede ser restaurado a este alto nivel a menos que los hombres aprecien el elemento superior, sin el cual la naturaleza humana es una ruina innoble: este elemento celestial es la continencia. Es cierto que no todos están llamados a abrazarlo en el sentido absoluto; pero todos deben hacerle honor, so pena de ser entregados, como lo expresa el Apóstol, a un sentido reprobado.

Es la continencia la que le revela al hombre el secreto de su dignidad, que refuerza su alma a toda clase de devoción, que purifica su corazón y eleva todo su ser. Es el punto culminante de la belleza moral del individuo y, al mismo tiempo, la gran palanca de la sociedad humana. Es porque el amor por él se extinguió, que el mundo antiguo cayó a la decadencia. Pero cuando el Hijo de la Virgen vino a la tierra, renovó y sancionó este principio salvífico, y comenzó una nueva etapa en los destinos del género humano.

Los hijos de la Iglesia, si merecen ese nombre, disfrutan de esta doctrina y no se asombran de ella. Las palabras de nuestro Salvador y de Sus Apóstoles les han revelado todo; y en cada página, los anales de la Fe que profesan exponen en acción esta fecunda virtud, de la que deben participar todos los grados de la vida cristiana, cada uno en su medida.

Santa Cecilia es un ejemplo entre otros ofrecidos a su admiración. Pero la lección que da es notable y ha sido celebrada en todas las épocas del cristianismo. ¿En cuántas ocasiones Cecilia ha inspirado virtud o sostenido valor; ¡Cuántas debilidades ha prevenido o reparado el pensar en ella!

Tal poder para el bien ha puesto Dios en sus santos, que influyen no solo por la imitación directa de sus virtudes heroicas, sino también por las inducciones que cada uno de los fieles puede extraer de ellos para los suyos en situaciones particulares.

El año litúrgico: El tiempo después de Pentecostés ,
Londres: Burke & Oakes Ltd, 1908, 3ra ed., Volumen 15, págs. 317-319

Publicado el 9 de febrero de 2021


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